miércoles, 21 de mayo de 2014

Dios Sol

En la religión y la mitología considerado una deidad para numerosas civilizaciones el astro rey ha sido, a lo largo del tiempo, símbolo de la luz y dador de vida.

Las primeras civilizaciones en la historia de la humanidad entendían el universo como obra de fuerzas mágicas, espirituales o divinas. Así, detrás del fuego, la lluvia, los rayos, las erupciones volcánicas, los huracanes, el agua, las estrellas, la luna y, en especial, el Sol, existían dioses que dictaban el destino del mundo. El hombre sabía que el astro rey era la principal fuente de la vida y, por ello, lo convirtió en una deidad a la que veneraba y le rendía tributo incansablemente.

De Ra al Sol Invictus

En la cultura egipcia, el dios solar se llamaba Ra, símbolo de la luz y dador de la vida. Cuenta la leyenda que el astro viajaba en el cielo a bordo de una barca y, de acuerdo con el día, encarnaba una identidad diferente: al amanecer era Jepri, un escarabajo que empujaba al sol; al mediodía se convertía en Ra, representado por el disco solar; y al anochecer, se transformaba en Atón, un anciano apoyado en un bastón. Hacia el año 2.400 a.C., entre el vasto número de dioses, Ra se volvió figura central, incluso los faraones se creían sus hijos y, en algunos casos, su reencarnación. Era tal su importancia que en la quinta dinastía se lo considero el dios del imperio y, más tarde, empezó a fundirse con otras deidades, haciéndose más poderoso; se convirtió en Atum-Ra, Min-Ra y Amón- Ra. De este modo, fue el principal dios durante los siglos que duró el Imperio, excepto por un breve periodo, en los tiempos del faraón Akenatón (1352-1335 a.C.), quien impuso a Atón, representado por el disco solar, como único dios.

Para los griegos, la estrella amarilla estaba personificada por Helios, hermano de Selene (diosa de la luna) y Eos (diosa de la aurora). La mitología lo describe como un dios que proporcionaba luz al mundo a bordo de un carro tirado por cuatro bellos caballos, con el que todos los días cruzaba los cielos hasta que llegaba la noche y se sumergía en el océano para descansar. La historia que más llama la atención alrededor de él es la de su hijo Faetón, quien al intentar conducir el carro solar murió a manos de Zeus, puesto que estaba a punto de incendiar la tierra. A partir del período Helenístico o Alejandrino (siglo III a.C.), Helios fue sustituido por Apolo, una de las deidades más importantes y multifacéticas de la mitología Griega; además de ser el dios del sol y la luz, era, de las artes, la medicina, la poesía, el tiro con arco y la música. En las diferentes expresiones del arte grecorromano, Apolo fue presentado como el más hermoso, un hombre joven de cuerpo atlético y cabello ondulado.

Varios siglos más tarde, en la civilización romana, el sol adquirió un poder divino superior, cuando en al año 218, el emperador Heliogábalos proclamó el culto al dios solar Mitra, importado de Persia, como religión oficial del Imperio. Fue rebautizado con el nombre de Deus Sol Invictus y su supremacía terminó durante el gobierno de Constantino, en siglo IV, con la llegada del cristianismo.

Los pueblos del Sol

Del otro lado del mundo, en Mesoamérica, el astro rey fue venerado y respetado muy especialmente. Tenía un lugar privilegiado entre las docenas de dioses que regían la cosmología de cada civilización. Olmecas, mayas, teotihuacanos, mexicas y toltecas, entre otros, mantenían una relación muy estrecha con él. Los mayas desarrollaron su civilización en torno al Sol (Kinich- Ahua): Arquitectura, religión, arte, guerra y astronomía. Para las mexicas, autonombrados “el pueblo del Sol”, la estrella amarilla estaba encarnada por Tonatiuh y Huitzilopochtli – también dios de la guerra-, quienes demandaban ofrendas y sacrificios para que continuara la vida en la tierra. El pueblo azteca creía que Tonatiuh era el quinto sol, que había asumido el control del cielo luego de que el cuarto fue destruido en otra era cósmica. También estaban convencidos de que el astro era rojo al amanecer, porque en la noche luchaba contra las fuerzas de la oscuridad y su color representaba sus heridas. En América del Sur, el Sol tuvo la misma relevancia divina que en Mesoamérica. Para los Incas, también era el principal dios celeste; lo nombraron Inti y fue representado con la forma de un elipsoide de oro como símbolo de poder. Esposo y hermano de Mama Quilla, diosa de la Luna, el Sol significaba todo: el que alimentaba las tierras, el que daba calor y curaba enfermedades, y el gran representante de la luz suprema y creadora.         

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